2 de enero de 2016

EL CADÁVER DE PAGANINI


El violinista Niccoló Paganini Bocciardo (1782-1840), eran tan genial tocando el piano, que la gente creía que estaba poseído por el demonio. Cuando murió en Niza, los vecinos extendieron la mentira de que después de morir, su violín seguía tocando. Llegó a tanto la superstición que ni el obispo de Niza quiso que fuera enterrado en lugar sagrado. Nadie quiso hacerse cargo del cadáver, que pasó dos meses en el mismo lugar donde había muerto. Como parece ser que olía, según los vecinos, lo trasladaron a un sótano durante dieciocho meses más.

Al enterarse un amigo suyo, el conde de Cessole, se llevó el cuerpo a un olivar de su propiedad en Niza. Allí lo metió en una cuba de aceite vacía. En el momento de recolectar la aceituna, el conde pensó que deberían sacar el cadáver de la cuba. Pensó que lo mejor sería volver a pedir permiso a la iglesia, para poder enterrarlo en el cementerio. Cuando lo sacaron de la cuba, las autoridades sanitarias lo trasladaron al lazareto de leprosos de Villefranche, al sur de Francia, todo con el máximo secreto.

El encargado de la custodia del cadáver, hizo correr la voz de que por las noches sonaba un violín. Hizo negocio del asunto cobrando a los que querían escuchar el violín. Incluso quiso vender el cadáver de Paganini, pero le salió mal la jugada, porque el conde Cessole se enteró y se llevó al muerto. El asunto de enterrarlo continuaba en marcha, pero no iba muy bien. Incluso se recurrió al cardenal de Génova, pero ni por esas. Se intentó con el arzobispo de Turín, con el rey Alberto de Piamonte-Cerdeña, con el papa Gregorio XV, pero nada de nada.

El cadáver volvió a viajar buscando un lugar para quedarse, así que el conde y sus amigos le embarcaron, atravesaron la bahía de Villefranche y le llevaron al cabo Ferrat, donde el conde de Cäis de Pierlas tenía una propiedad.

En 1844, el rey Alberto de Piamonte-Cerdeña firmó, por fin, la autorización para que Paganini pudiera ser enterrado en Génova. El 17 de abril de ese mismo año, se exhumó el cadáver y fue trasladado, con escolta y en barco, desde el puerto de Niza hasta el puerto de Génova, donde fue enterrado en su cementerio.

Las supersticiones volvieron y de nuevo se tuvieron que llevar el cadáver, esta vez a Parma, a una villa cedida por Josefina Bonaparte. Allí permaneció hasta 1876, cuando el papa Pío Nono, le concedió el derecho de ser enterrado en el cementerio de Parma.

No fue su última morada. Años después una comisión gubernamental acordó enterrarlo en el nuevo cementerio de la ciudad. Hubo bulos sobre que el que reposaba en el cementerio no era Paganini, pero después de exhumar el cadáver que se encontraba enterrado allí, se comprobó que si era él.

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